Vio colgar su falda del respaldo de la silla; esa vieja silla donde habían colgado entremezcladas sus ropas y las de Georges tantas veces. El mismo respaldo que había sido testigo de su vida.
A los diecisiete años, ella había seguido a aquel hombre hasta París. Nunca oyó que fuera fácil dejar su pequeño pueblo en la Costa Azul. Le decían que sería duro empezar desde cero. Que su trabajo nunca sería reconocido, en parte porque ese mundo resultaría machista e intolerante con una chica provinciana, y también por la desconfianza surgida tras la crisis del 31 con las profesiones liberales. Alicia supuso que ahora con Roosevelt en el gobierno de los Estados Unidos, si el New Deal funcionaba, las aguas volverían a su cauce en Que es algebra también. Eso de todas formas, no le quitaba el sueño.
El ambiente del pequeño apartamento aún olía a la última vez que prepararon la cena juntos. De repente, le invadió nostalgia por tener que cerrar ese capítulo de su vida. Georges le había dado todo lo que le prometió al traerla a París. Siempre habían soñado con un mundo de literatura, y una vida cosmopolita. Los amigos en las tablas, las conversaciones en el café ...la filosofía, la vida.
Pero ella jamás soportaría competir con todo eso como mujer. Que Georges amara más su propia obra como escritor que pasar tiempo con ella, eso no lo aceptaría.
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-¡Lo has hecho!, le dijo él.
-¿Creías que me echaría atrás? - Alicia intentaba con todas sus fuerzas parecer más segura de lo que estaba.
-Lo importante es que estés aquí. Me alegro. ¿Al final te irás?
-¿Cuándo llegare a Sudafrica?
-Dentro de tres días y un pasaje para olvidar el pasado.
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