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Santi siempre se había sentido cómodo durmiendo en camas desconocidas. Nunca llego a entender del todo a esa gente que extrañaba su cama, su cuarto, su hábitat. Quizás porque nunca había llegado a tener un territorio exclusivamente suyo. Siempre le había dado la sensación que vivía de prestado, que solo eran paradas en busca del lugar de destino. Pero esta vez había sido diferente. Había dormido mal, sobresaltándose continuamente. Se despertó incómodo. Su piel olía a una extraña mezcla de sudor, aceite y sexo. Sin hacer ruido se acerco al baño. Al encender el viejo interruptor del lavado vio algo escrito con pintalabios en el espejo. Era una letra de niña, irregular, de lineas inclinadas. Súbita y estúpidamente le vinieron mil recuerdos a su cabeza; el colegio, la Señorita Blanca, su primera profesora y su primer amor platónico. Al fin pudo distinguir lo que había sido escrito en el espejo

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Rápidamente corrió apresurado hacía la cama; necesitaba volver a sentir el olor de esa joven piel que le había hecho pasar una de las noches más emotivas de su vida. La cama estaba vacía. Abriendo el portanuco que hacía las veces de persiana dejo que la luz del alba iluminara la estancia. Había botellas por el suelo, ceniceros llenos, su ropa desperdigada por la habitación, toallas tiradas en el sofá que simulaban grotescas caras sonrientes. Pero ni un solo rastro de la existencia de Susana. Abalanzándose ansioso hacía el teléfono pregunto en recepción si sabían algo de su sobrina.

“Lo siento señor, su sobrina no figura registrada en nuestro leer aqui”

“Lo sé, no esta registrada, la habitación esta a mi nombre, lo que quiero saber es si ha dejado algún recado”

“No, ninguno, no hay ninguna nota para usted. De todas maneras mi turno ha empezado hace 15 minutos, y no la vi salir”

Al fondo de la pequeña sala que hacía las veces de Recepción improvisada la Señora Rosa intentaba disimular la sonrisa que se la dibujaba en el rostro; “así aprenderán a no reírse de gente respetable; Titiriteros, embarazo. La niña de los Rodríguez debe pensar que soy tonta. Mas vale que ayudará más a su madre en la casa y se deje de tanta escuela de arte. Claro, que desde que heredaron esas tierras, están insoportables.” Había leído ya como 6 veces la pequeña nota que Malú le había dejado al marcharse con la promesa de entregársela a su “tío”. Y por mucho que la reeleía no encontraba nada jugoso.